El
investigador de lo paranormal conectó la grabadora y la dejó sobre la mesilla
de noche. Se sentó en la desvencijada cama, notando cómo el colchón se hundía
bajo su peso y escuchando el interminable crujir del maltrecho somier.
Cerró
los ojos y respiró el aire enrarecido de la habitación.
Se
encontraba en el dormitorio principal. La cama de matrimonio era de dimensiones
pequeñas y estaba destartalada y polvorienta. Toda la habitación olía a
cerrado, a una mezcla de vejez y humedad muy característica. También, muy leve,
se notaba un incongruente olor a nueces tostadas.
El
investigador de lo paranormal comprobó sus aparatos. El medidor de campos
electromagnéticos empezaba a bailotear, ofreciéndole puntas de actividad que
jamás antes había visto. La temperatura ambiental había descendido
drásticamente, hasta el punto en que su aliento empezaba a formar nubecillas
nada más salir de su boca. Se le había erizado toda la piel, y ya no tenía la
sensación de estar solo en el dormitorio. Miró fijamente hacia su grabadora.
Estaba seguro de que habría registrado alguna cosa en ella.
De
repente, las cuatro patas del somier parecieron partirse al mismo tiempo. La
cama se desplomó y el investigador de lo paranormal se fue al suelo tras ella.
Una enorme nube de polvo se levantó, arrancándole toses y provocándole picor en
los ojos.
En la
nube de polvo se dibujó una silueta. Primero fue algo amorfo e inconsistente,
pero pronto se definió como una extremidad larga y huesuda, un brazo que se
alargó hacia su cara, con una mano cadavérica de dedos engarfiados. Pareció
desvanecerse justo antes de tocarle, pero una marca parecida a un arañazo se
dibujó en su pómulo a los pocos segundos.
El
investigador de lo paranormal se levantó dando gritos. Se sacudió el polvo como
si intentara arrancarse los miembros a golpes, recogió la grabadora y salió
corriendo de la habitación. Bajó la escalera y se reunió en el salón con sus
dos compañeros.
Al
principio apenas balbuceaba. Notaba el corazón en la boca, latiéndole en los
oídos. Solo era capaz de ver aquél brazo de polvo señalándole el pómulo y
alargando la mano para tocárselo.
Luego
de calmarse un poco, consiguió relatar a sus compañeros lo que acababa de
pasarle.
—Escuchemos
la grabación —propuso uno de ellos.
Accionaron
la grabadora y subieron el volumen al máximo. Durante los primeros minutos no
escucharon nada. Pronto, los sonidos de fondo de la grabadora se fueron
haciendo diferentes, como si miles de susurros conversaran más allá del
espectro audible. De repente se oyó el estruendo de la cama al desplomarse y
todos los susurros se apagaron.
Por un
momento, los tres investigadores pensaron que aquello era todo, pero, justo
antes de parar la grabadora, probablemente coincidiendo con el contacto de la
mano espectral con la cara del testimonio de la aparición, una voz imposible de
describir, horrible, atona, cavernosa, decía en tono burlón:
—“Hazte
así, que parece que te has acojonao un poco”